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Ese...

Pelo blanco. Tono de voz mesurado. Circunspecto. Traje. Corbata. Lentes. Mirada anodina. Discurso inerme. Políticamente correcto. Actitud pusilánime... Henos ante el “negociador en jefe” de la paz y futuro de Venezuela, por parte de la oposición. Un hombre escogido por un cogollo, que bajo ninguna circunstancia hubiese designado a alguien contrario a sus objetivos. Un operador, que no un político. Un lleva y trae. Secretario vitalicio, que no jefe. Sin músculo. Ese. El que habla, por quienes lo designaron, mas no por el pueblo opositor, es al que hay que oír. Y leer. Una y otra vez. Como si de una suerte de ungido se tratase.

Ese, que raudo repite la cartilla chavista que criminaliza la protesta y el derecho a ella.

Ese, que negocia lo inalienable.

Ese, que detesta la realidad de una mujer con legítimo poder político.

Ese, infame mentiroso que ha coadyuvado a minar el estado de derecho y la democracia.

Ese, compinche y compañero de ruta de la peor ralea de políticos que se haya visto.

Ese, que está legitimando al ilegítimo por enésima vez.

Ese, que está ofreciendo en sacrificio la soberanía de Venezuela a un poder dictatorial de ocupación.

Ese, el “aceptable”, el “válido” interlocutor.

¿Quién votó por ese?

¿Quién le paga el sueldo?

¿De dónde proviene la legitimidad democrática de sus actos?

Ese, Chamberlain criollo.

¿Quién puede esperar algo, de ese?

Sólo un pueblo auto condenado al ostracismo, al fracaso, al yugo, puede ser representado por tal individuo, y por quienes, como él, seguirán aferrados al ultimo resquicio de relevancia. Será otro aquelarre, donde el futuro de todos se ha circunscrito ya a la permanencia en posiciones mendigadas, detentadas por unos pocos.

Por un puñado de Bolívares cada vez más devaluados venderán otra vez la posibilidad de Venezuela.

Mientras, quienes han osado levantar la voz en contra de esa infamia, serán atacados por el estamento político de ambos bandos oficiales, y sus seguidores. Es la degeneración hecha “política”, como ha sido, es y será si no se le pone coto de una buena vez y para siempre.